12.6.12

Ochate, mi experiencia en un pueblo maldito (y III)

Este post es la tercera parte de una serie de otros dos: Uno y dos.

Tras la animada e inesperada visita del alcalde, la lluvia pareció querer darnos un respiro y pudimos alejarnos un poco del cobertizo a estirar las piernas por los alrededores. Sin alejarnos demasiado, porque la oscuridad seguía siendo total y no queríamos acabar con las botas sumergidas en una charca de barro. Aprovechamos ese breve paseo para debatir sobre la posibilidad de acercarnos o no a la famosa torre y pensar qué hacer en ella. De repente, en mitad de la charla que teníamos, uno de nosotros levantó la cabeza y, mientras señalaba hacia las sombras exclamó sorprendido:

- ¡Mirad! ¡Luces!


Todos nos giramos hacia la dirección a la que apuntaba y, efectivamente, vimos que varias luces oscilaban de un lado a otro. Se situaban en la dirección contraria a la que estaba la torre, en concreto por donde se encontraba el camino por el que se accedía al lugar en el que estábamos. Así que rápidamente dedujimos que se trataba de linternas, portadas por gente que se acercaba hacia donde nosotros estábamos. Hecho que se corroboró en cuanto escuchamos las sonoras voces que emitían, ya que era un grupo bastante numeroso.

Cuando se acercaron lo suficiente nos vieron y se acercaron a saludar. Nos llamó la atención la composición del grupo, formado por gente joven y de mediana edad acompañados de sus hijos, algunos de ellos sorprendentemente pequeños. Nuestra excursión podría ser un tanto excéntrica, pero recorrer con linternas aquel páramo helado y húmedo acompañado de niños de corta edad más allá de las medianoche era bastante más radical. Nos contaron que solían hacerlo a menudo, atraídos por la leyenda del pueblo abandonado, a la búsqueda de emociones o de alguna sorpresa, pero que realmente poco misterioso habían encontrado en sus excursiones, más allá de algún ruido extraño o sombra huidiza, explicables fácilmente mediante fenómenos naturales.

El caso es que aquello no fue circunstancial. La llegada de aquel grupo pareció ser el pistoletazo de salida de todos los buscadores de misterios que parecían haberse puesto como meta llegar por allí pasada la medianoche. A partir de aquel momento, el goteo de gente fue incesante y todo el que veía nuestro fuego, se acercaba a saludar y charlar un rato. Alucinados, presenciamos como según avanzaban las horas,  llegaba y llegaba gente y se creaban animados corrillos en los que se hablaba de temas misteriosos diversos mientras se intercambiaba algo para picar y para beber. Al más puro estilo 15M.

Finalmente, alguien movilizó a todo el mundo para ir a la torre. No puedo recordar con detalle cuántos fuimos, pero el grupo era lo suficientemente numeroso como para tener problemas de espacio mientras, sentados y concentrados, mirábamos un radio-cassete que grababa  el sonido ambiente, a la caza de posibles psicofonías. Tengo que reconocer que al principio, el silencio, la oscuridad y las historias que había escuchado, me hicieron sentir algún que otro escalofrío recorriéndome la espalda. Pero poco a poco, el cansancio hizo acto de presencia y estuve a punto de quedarme dormido mientras escuchaba la voz de un animado prototipo de Iker Jiménez invocando al más allá y a las presencias de vidas pasadas en aquel pueblo.

Volvimos al entorno del cobertizo y nos sentamos a escuchar la cinta, que, como era esperable, no grabó más que nuestros propios ruidos. Así que rápidamente saqué mis grabaciones del que entonces era el programa del misterio por excelencia, Medianoche,  y estuvimos escuchando unas cuantas psicofonías de verdad con dolientes voces clamando por vivir, seguidas de un par de cuentos de terror narrados por el conductor de aquel gran programa, Antonio José Alés, con su inigualable e impresionante voz.

Un servidor no es de noches en vela, así que cuando la madrugada estaba muy avanzada abandoné la animada tertulia y me metí a la tienda a dormir algo. Estaba tan cansado que el duro suelo y el frío no me afectaron en absoluto y, aunque fue un sueño corto, resultó profundo y reparador. Al levantarme con las primeras luces del día me sorprendió ver que varios de mis amigos no habían pegado ojo en toda la noche y que todavía estaba en proceso de larga despedida alguno de los visitantes, entre abrazos y promesas de amistad eterna, juramentos de intercambios de psicofonías y deseos de encuentro en próximas aventuras o alertas OVNI. Que jamás se cumplieron, claro.

La recogida y retirada fue bastante bipolar. Por un lado, contentos de que la noche hubiera sido inesperadamente animada, mucho más enriquecedora de lo que esperábamos y un buen mecanismo para conocer gente. Aunque no nos hubiéramos tropezado con nada del más allá, tampoco íbamos con muchas esperanzas de ello. Por otro, quejosos por lo que nos costó atravesar con los coches algunas zonas llenas de agua y barro, hasta llegar a la primera carretera asfaltada. Y finalmente, enfadados, sobre todo yo, al descubrir que alguna de las visitas se había vuelto a su casa con un regalo extra: Mi cámara de fotos, que había sido hábilmente expoliada del interior de la tienda de campaña.

Lo considero como el peaje que tuvimos que pagar por pasar una noche en el pueblo maldito de Ochate. Quien sabe si no está ahora en alguna otra dimensión paralela...

1 comentario:

talamendi dijo...

Aupa Otxate ahi! todo un clasico de los pueblos fantasma........
Yo tambien pase una notxe alli y HABIA MAS GENTE K EN PORT AVENTURA! jeejejje